La necesidad de medir todo lo que hacemos, como forma de autoconocimiento, tiene una larga historia, pero lo que antes era una obsesión extrema hoy es una práctica cotidiana y una economía en crecimiento. Las empresas mercantilizan nuestros perfiles, a partir de los datos digitales derivados de nuestra intimidad cada vez que nos conectamos a Internet. Los datos son recopilados por miles de monitores integrados en aplicaciones móviles y plataformas web. Nuestros datos son la mercancía con la que los corredores o agentes de datos (data brokers) comercian sin nosotros saber el recorrido de éstos. Nuestra vida personal es uno de los factores que hacen posible el estado de vigilancia masiva.

Cuando buscamos en Internet y accedemos a un sitio web determinado estamos proporcionando información específica a lxs propietarixs del sitio web, simplemente aceptando las condiciones para hacer uso de la página. Proporcionamos nuestra dirección IP, que habla sobre nuestra ubicación geográfica, sistema informático, idioma, género y edad. También los sitios web dejan una lista de números llamados cookies y que estas permanecen en el navegador hasta que el usuario decida eliminar.


Toda esta cantidad masiva de información es lo que nombramos Big Data, un coloso que no para de generar nuevos métodos, herramientas para la gestión y proceso, de estos datos producidos cada vez que hacemos uso de Internet.
Cada usuario tiene su huella digital, el ‘yo digital’, nuestro perfil y marca personal en el entramado más grande jamás creado por la humanidad. Nuestra vida personal es uno de los factores que hacen posible el estado de vigilancia masiva.

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